Descripción
Hay en este libro un entrañable amor a la vida, a lo que ella tiene de viviente, de poesía: su abismal fragilidad, su carne viva, su muriente latir: “es tan bella la ruina, tan profunda / que ni siquiera el tiempo nos puede destruir”. Y el amor a la vida es eso, el haber entendido que muerte y belleza son una misma realidad: un mismo fulgor, el de los reflejos de algún instante sobre el río que pasa, mientras pase, mientras no seamos nosotros los que nos miramos en él.
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