Descripción
La primera imagen de la que él me habló es la de tres chicos en un camino, en Islandia, en 1965. Me decía que para él esa era la imagen de la felicidad, y también que había intentado asociarla varias veces a otras imágenes, pero que nunca había funcionado. Me escribió: “…un día tendré que ponerla sola al principio de una película, con una larga introducción en negro. Si no se ve la felicidad en la imagen, al menos se verá la oscuridad”. Marker vivía en blanco, en borrador, sometido a los dones de la disponibilidad, escrito por los demás. Y desde cada geografía que visitaba enviaba sus misivas tan bien puntuadas, sus films porfiadamente ensayísticos, epistolares: Sans soleil, Domingo en Pekín, Carta de Siberia, Si tuviera cuatro dromedarios, Level Five, Berliner Ballade, Tokyo Days. La excepción es su trabajo más festejado, la fotonovela La Jetée, igualmente una muestra sublime de su manipulación de la foto fija y la narración en off. Acaba de publicarse Sans soleil en castellano y en formato libro (editado por Zindo & Gafuri), con el texto que oímos en la película, sin fotogramas. La destinataria es –otra vez– una mujer, que va leyendo las cartas que recibe como presentes. Narra en el acto de leer. (…). La voz está, naturalmente, ausente del libro, y Sans soleil se vuelve menos hipnótica, menos envolvente, pero como compensación el lector puede regresar sobre sus pasos, y releer, y subrayar, y detenerse: manejar los tiempos. No va en desmedro de lo pensado por Marker, que escribe de un modo magnífico. La cinematografía queda en manos del lector y el efecto es similar al que suscitan los libros arrancados a una película, como no pocos de Duras o La mujer zurda de Handke. Es decir, la obra no se desnaturaliza, se metamorfosea, muta, gana una vida más (igual que los gatos que Marker tanto adoraba).” (Revista Ñ, 01-10-2020)
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