Mucho se alerta actualmente sobre el avance de nuevas formas de fascismo, de menor intensidad que aquellas que le dieron su nombre explícitamente en la Europa de las guerras mundiales. Desde Latinoamérica a EE. UU o a Europa, se habla sobre el neofascismo, pero siempre se corre el riesgo de situar lo fascista como un territorio hecho a imagen y semejanza de los grandes modelos totalitarios del siglo XX. Sin embargo, parece urgente evaluar las relaciones que mantienen estos “nuevos fascismos” con el neoliberalismo, y con los modos en los cuales este último alimenta dimensiones moleculares o micropolíticas para disponer individuos y formas colectivas. Una serie de lecturas actuales pueden echar luz sobre los vínculos que se tejen entre el deseo y el campo social, mostrando de un modo renovado cómo hay microformaciones que determinan el deseo y que operan en un nivel diferente a aquel con el cual se entendían los fascismos tradicionales, y que obligan a reintroducir esta pregunta más allá de las distinciones entre derecha e izquierda, entre capitalismo y anticapitalismo, y, sobre todo, que favorecen la pregunta por la actualidad del fascismo. En este entrelazamiento entre el neoliberalismo y un semblante fascista, que se define por exclusiones y por la creación de conjuntos opuestos, es que intentaremos discutir una serie de preguntas sobre la actualidad vital y existencial de nuestra política: ¿Cómo favorecer conexiones, diferencias inclusivas, para expulsar el fascismo incrustado en nuestro comportamiento y en nuestras más pequeñas prácticas, ese fascismo, como decía Foucault, que nos hace amar el poder y desear aquello que nos domina?
